EL TIEMPO CON LOS HIJOS VUELA… ¿YA EMPACASTE SU MALETA?

Hoy es un día igual pero diferente. Igual porque la rutina de la vida
familiar amaneció siendo la misma. Corre, apúrate que vamos tarde para el
colegio. Diferente porque hoy por primera vez en 10 años mi hija estará por 4 días
lejos de mí. No habrá comunicación entre nosotras porque es el requisito del
paseo escolar y del propósito de la experiencia que tendrán los niños de 5
grado, su concentración estará puesta en la naturaleza y no en juegos electrónicos o ningún tipo de tecnología
que los distraiga de la sublime admiración por la creación de Dios.
Ella estaba feliz, radiante, contaba los segundos para encontrarse con
sus amigos y comenzar su aventura. Ayer, mientras empacaba su maleta y yo le sugería,
mi mente me trasportaba a sus primeros años, aquellos en los que ella no opinaba,
no decidía. En aquellos inicios yo sabía muy bien que este momento llegaría. El
momento de nuestro primer adiós. Desde entonces comprendí que quería gozarme
cada uno de los instantes de su vida. Es que el tiempo me dije, se me va a
volar entre los dedos de las manos, y quiero que cuando ella empaque su maleta
por primera vez lleve lo que realmente le va a servir en la vida.
Siendo una mujer profesional y dedicada a mi trabajo, decidí dejarlo porque comprendí que aquello de que el tiempo
de calidad es más valioso que el de cantidad es una sola mentira. Aunque no
puedo negarlo, lo intente. Largas horas en
mi oficina, reuniones extenuantes, desafíos interesantes y el orgullo
enaltecido. Pero unas escasas horas no eran suficientes para estudiar a fondo esa nueva personita que
Dios me había entregado para hacer de ella un ser humano mucho mejor que yo. Es
que a veces pensamos que nuestros hijos nos pertenecen y se nos olvida, que son tanto solo prestados
por EL y en un instante de la vida.
A veces también, pensamos que nuestra responsabilidad como padres es suplir sus necesidades y no solo las básicas, como la comida, el abrigo o la
educación sino que en tiempos como los de hoy, incluimos en estas
necesidades todas aquellas cosas en las que nos enmarca esta sociedad consumista
y deteriorada por innovaciones, que si
en mucho nos pueden ser útiles, en otro
aspecto nos conducen a perder nuestro norte como mentores de esos, nuestros “prestamos”. Hoy,
los chicos (y aun los padres) no descansan entre la tecnología, las tareas del
colegio, los compromisos deportivos y artísticos, actos sociales, y hasta la
asistencia a la iglesia los domingos. Sin duda, todo ello de extraordinario valor
para el crecimiento y aprendizaje personal,
pero respiremos por un momento y pensemos si con todo el tiempo invertido en
esas cosas, estaremos en realidad generando una verdadera relación con nuestros hijos, una relación que llena de
amor y de fe mutua, haga de ellos personas felices y llenas de paz. Sí, no digo
personas exitosas, porque el éxito en este mundo no es garantía de felicidad y
paz.
Preguntémonos, ¿En dónde quedó el tiempo para jugar con nuestros hijos? Léase
bien “para jugar con nuestros hijos”, no para llevarles a que alguien juegue
con ellos. ¿En dónde quedó el tiempo para verles a sus ojos y escuchar sus
historias y contar las nuestras ?Léase bien,
“verles a sus ojos y escuchar…”, no estoy diciendo mirarlos por el espejo
retrovisor de tu carro mientras conduces y medio escuchas lo que ellos te quieren decir o tu sermonear. ¿En dónde quedó el tiempo para tocarles, besarles, abrazarles,
sentirles y que te sientan, para que reciban tu amor y el valor que tú les das a través de tu cariño? Léase bien “tocarles, besarles,
abrazarles…”, no hablo de los besos mandados en el aire cuando se bajan del carro a su siguiente actividad, no hablo de los abrazos cuando los felicitamos
por alguno de sus logros y no hablo de que reciban tu cariño a través de tus
regalos o de lo que haces por ellos. ¿En dónde quedo el tiempo para que
nosotros podamos reflexionar y
capacitarnos para ser mejores padres? Léase bien, “reflexionar y capacitarnos
para ser mejores padres”, es que la intuición ya no funciona por sí sola, el
mundo ha cambiado y no podemos pretender educar a nuestros hijos como fuimos
educados nosotros mismos. Lo que está pasando hoy con los preadolescentes y
adolescentes no es lo mismo que vivieron
generaciones anteriores y es necesario entender lo que acontece en su corazón,
como producto del cambio. La depresión, la drogadicción, el alcoholismo, la pornografía,
la rebeldía, el abandono del hogar y
todo tipo de adicciones no entran a la vida de nuestros hijos sin antes haber
llamado a la puerta.
Muchos interrogantes faltarían a los mencionados anteriormente. Le doy
gracias a Dios que he podido tener el tiempo para pensar y tomar acción en las respectivas respuestas.
Una acción que me permite asegurar que
el tiempo con nuestros hijos, sí se basa en muchas horas compartidas, vividas y
“personalmente “experimentadas. Una acción que en horas, minutos y segundos ha
tejido una relación tan profunda con mi hija que ella con orgullo me llama “mi
mejor amiga”.
Mi hija se fue hoy por primera vez con su maleta. Yo, estoy feliz y orgullosa de saber que en ella no son solo sus
cosas materiales las que lleva, sino que
allí van empacadas todas las que a través de estos años hemos vivido juntas y
sin duda, le van a ser útiles en este paseo y
en el resto de su vida: fe en Cristo, perdón, valentía, coraje, seguridad,
responsabilidad, generosidad, compasión, recursividad, alegría, amistad, paciencia
y tolerancia. Parece mucho, pero aún la maleta está vacía. Sólo el transcurso
del tiempo y las aventuras que juntas tendremos por vivir, culminarán llenando su equipaje y con el partirá
para siempre algún día. Sin embargo, estoy segura, nuestra relación seguirá intacta
y bendecida, continuaremos siendo las mejores amigas y ella estará lista para
asumir su camino.
Mamás, ayudemos a nuestros chicos a empacar, al fin de cuenta, nuestro
tiempo aquí también vuela, y Dios no nos va a preguntar por lo que hicimos o
dejamos de hacer en nuestra vida profesional. El en cambio cuestionará nuestra responsabilidad por el cuidado que
tuvimos con lo que nos prestó, su más valiosa creación, esa a la que nosotras
llamamos con tanto amor “nuestros hijos”.
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